En Europa, hace 300 años, solo las personas del más alto rango político, nobiliario o económico eran enterradas en una tumba con su nombre. Increíblemente, un músico —incluso uno como Johann Sebastian Bach— no contaba con ese privilegio, y más de 150 años después de su muerte sus restos fueron supuestamente encontrados, exhumados y trasladados a una pequeña iglesia. Luego de los bombardeos de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, en 1950, finalmente se trasladaron a la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig, donde Bach sirvió como compositor y director musical (Kantor) durante los últimos 25 años de su vida; y es aquí donde la celebrada Isabelle Faust rinde un enorme homenaje al compositor más venerado por cualquier violinista, y quizá el más admirado de todos los tiempos por público, músicos y musicólogos.
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