Otto Klemperer no solo es un director de orquesta inmenso por su estatura (¡dos metros diez!), sino también, y sobre todo, por la importancia de su contribución a la historia de la música. Eslabón esencial entre los siglos XIX y XX (nació en 1885 y murió en 1973), conoció en 1907 a Gustav Mahler, gracias al cual debutó en la Ópera Alemana de Praga. Desde la Ópera de Hamburgo, donde hace su debut en Alemania, hasta su exilio en 1933 en Estados Unidos, no dejará de estar al servicio de la música de su tiempo con numerosas creaciones: La ciudad muerta de Korngold, Oedipus Rex de Stravinsky, Erwartung de Schoenberg, De la casa de los muertos de Janacek…
En los Estados Unidos se pone al frente de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, dirección que compagina algún tiempo con la de Pittsburgh. En 1939, un gravísimo problema de salud lo deja paralizado tras una intervención quirúrgica. A partir de entonce, solo dirigirá sentado. En 1955, el productor Walter Legge lo nombra director vitalicio de la Philharmonia Orchestra. Pero diez años después, Legge decide disolver la Philharmonia.
Los músicos, que no están de acuerdo con la decisión, le piden a Klemperer, ese hombre autoritario y con un verbo afilado, pero al que han llegado a querer, que dirija la Novena Sinfonía de Beethoven para recaudar fondos destinados a resucitar una New Philharmonia Orchestra. Klemperer aceptará que la BBC filme ese concierto en el Royal Albert Hall. Esa noche de 1964, el director de orquesta alemán, magistral, dirige una Novena Sinfonía impresionante por su magnitud y su potencia con un elenco de solistas de primer orden.