El género de la opereta, nunca serio, siempre eufórico, se sitúa a contracorriente de la grandilocuencia a veces ampulosa de la Gran Ópera francesa, una reacción antiintelectual y burlona de los códigos implantados por la pareja Meyerbeer-Scribe. Pero nada define mejor la opereta que las acertadas palabras de Saint-Saëns: «La opereta es hija de la la ópera-cómica, una hija que se ha descarriado, pero las hijas descarriadas no dejan de tener su encanto». De hecho, La viuda alegre, creada en 1905 en Viena, se representó más de veinte mil veces en los cuatro años siguientes. Un éxito considerable...
No obstante, bajo una aparente simplicidad, destacan las contradicciones, las discrepancias manifiestas entre la exuberancia de la que hace gala la clase burguesa y la huida hacia delante de toda una sociedad que vive los últimos estertores del siglo XIX. Así que se baila: ¡vals, galope, cancán! Últimas bacanales, últimos testimonios antes de la caída del viejo orden. La Belle Époque pronto desaparecerá.