En 1972, el magnífico Vladimir Ashkenazy «en una nueva cima, tanto interpretativa como en su carrera» (Christopher Nupen) accede por fin a presentarse en un estudio de televisión. Nupen y su equipo organizan meticulosamente dos recitales en la Universidad de Essex, asegurando que el pianista podrá enfocarse únicamente en la música.
Junto con su recital dedicado a Chopin, este otro dedicado a Beethoven gozó también de un éxito rotundo. Al mismo tiempo, constituye un testimonio invaluable de un gran intérprete en el pináculo de sus capacidades artísticas. Luego de comentar brevemente cómo su relación con Beethoven ha evolucionado, Ashkenazy vuelca su talento en dos de sus sonatas de forma asombrosa: la indispensable «Patética», cuyo exquisito Adagio sigue subyugando al que la escucha; y una interpretación magistral y lírica del op. 110, parte esencial del testamento musical del genial compositor alemán.