En agosto de 2004, Claudio Abbado abre el Festival de Lucerna con un concierto con la voz como protagonista: en las melodías de las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss y en el segundo acto de la de la ópera Tristán e Isolda de Richard Wagner.
En el elenco, una constelación de estrellas: en primer lugar, la Orquesta del Festival de Lucerna, donde figuran solistas de categoría internacional como la violonchelista Natalia Gutman y la clarinetista Sabine Meyer. Y después, la soprano estadounidense Renée Fleming con una visión depurada y grandiosa de la obra maestra del Romanticismo tardío alemán. En Tristán e Isolda, el elenco que reúne a Violeta Urmana, René Pape y Mihoko Fujimara es absolutamente perfecto.
Pero el sol de estas estrellas es, incuestionablemente, Claudio Abbado, que nos envuelve de un tejido orquestal suave y sedoso, de donde se desprenden magníficos solos instrumentales. Dramatismo y la expresión hacen del Tristán de Abbado algo incandescente.