En su artículo, Clarendon imagina a Stern diciéndose, en medio del Adagio del Concierto para violín n.° 3 de Mozart: « ¡Qué bello! He interpretado este concierto en todo el mundo, pero tengo la sensación de haberlo descubierto esta noche por primera vez». Era el concierto que Stern interpretaba más a menudo, y el que grabó en primer lugar, en marzo de 1950, con una pequeña orquesta de cámara montada para la ocasión. A pesar del placer que le había brindado, normalmente se negaba a asumir el doble papel de solista y director de orquesta, porque consideraba que no hay nada más estimulante para un solista que ver a un director de orquesta transmitir nuevas ideas a la pieza que interpretan juntos.
Posteriormente, grabó los conciertos de Mozart con George Szell y Alexander Schneider. Estas proezas han hecho de Isaac Stern uno de los más grandes intérpretes mozartianos de su siglo. Se ha dicho con frecuencia que interpretaba de manera que los conciertos hablaran directamente a su público, con una entonación infinitamente persuasiva. Sus interpretaciones no tratan de ser originales, por el contrario, nos transmiten una sensación de autenticidad, de algo totalmente evidente. Y aunque evitan cualquier sentimentalismo, los movimientos lentos a menudo nos emocionan hasta hacer aflorar las lágrimas. Clarendon tenía razón: Stern se sentía con Mozart como en su casa.
Los tres conciertos de Mozart se grabaron en París el 29 de enero de 1973. Las demás piezas son extractos de un concierto en la Salle Gaveau de París, el 1 de abril de 1965.