«Al ser los dos de origen ruso y judío, compartimos un lenguaje musical común», explica Yehudi Menuhin al respecto de la relación con su amigo y colega David Oistrakh: «Yo no hablo ruso y él no habla inglés, pero nos entendemos muy bien en una suerte de dialecto alemán». Entre el norteamericano de Nueva York y el ruso de Odessa nace en 1945 una amistad de treinta años, más fuerte que la «cortina de hierro». En aquel año, Menuhin recibe una invitación del gobierno soviético y toma un vuelo a Moscú; a su llegada, es Oistrakh quien está ahí para recibirlo.
«A partir de ese día», rememora Menuhin, (y hasta su muerte en 1974), «no dejamos de tocar juntos el Concierto para dos violines de Bach y la Sinfonía Concertante de Mozart: él dirigía a veces el Concierto de Beethoven para mí; y yo para él, el de Brahms, o al revés. Como ser humano era un príncipe, el mejor colega que he tenido», concluye Menuhin.
Los dos genios del violín compartían una maestría extraordinaria del instrumento y una integridad musical que, sellada por su amistad, se evidencia en este concierto de archivo desde la Sala Pleyel de París en 1958, con la Orquesta de Cámara de la RTF bajo la batuta de Pierre Capdevielle.
Para Menuhin, «el más grande prodigio de los niños prodigio» y un Mozart del violín él mismo, la música del compositor austriaco era como una lengua materna: delante de las cámaras de Claude Ventura, aborda aquí el primer movimiento del Tercer Concierto para violín con la Orquesta de Cámara de la ORFT, y todo se rinde a su visión interpretativa con la mayor facilidad. Este espíritu de inteligencia prevalece en el concierto que le sigue.
Archivos
- Concert pour la journée des nations-unies, de Claude Loursais, INA, 1958.
- «Initiation à la musique», de Claude Ventura, INA, 1967.