La protagonista indiscutible de esta puesta en escena de Alcina es la sucesión y la cantidad casi imposible de música exquisita escrita por Handel en 1735 para esta ópera. Pierre Audi lo sabe y vacía el escenario de todo objeto o metáfora para permitir que sean los cantantes quienes encarnen cada una de las acciones y emociones descritas por Handel en sus personajes, solamente subrayadas por la iluminación sutil pero precisa de Mathew Richardson. El elegante vestuario de época del compositor parece querer situar a la partitura, inequívocamente, como una consecuencia lógica del esplendor artístico de ese momento glorioso de la historia de la música: el siglo XVIII.
La bellísima hechicera Alcina reina en su isla y embruja a todos los hombres que desea. Cuando se cansa de ellos, los transforma en animales u objetos. Bradamante, amante de Ruggiero —la más reciente víctima de Alcina— llega a rescatarlo. La hermana de Alcina, Morgana, confunde a Bradamante con un hombre y se enamora de ella, complicando el rescate de Ruggiero…
Con actuaciones estremecedoras y un nivel de canto impecable, Sandrine Piau, Maite Beaumont, Angélique Noldus y Sabina Puértolas dibujan nota por nota todo el abanico emocional de la obra —ira, celos, terror, amor, compasión, tristeza, valentía—, cobijadas por la dirección comprometida e intensa de Christophe Rousset al frente de su orquesta de instrumentos barrocos, Les Talens Lyriques.