Las tres obras reunidas aquí constituyen, junto con las tres obras maestras de Chaikovski, una parte importante del repertorio estándar del ballet. Las sílfides, Coppélia y Giselle, después del éxito registrado en sus estrenos, no han perdido hasta ahora nada de su popularidad...
Las sílfides se considera el primer ballet del siglo XX desprovisto de trama. Como tal, ejerció una influencia significativa en las producciones de George Balanchine, que consideró una cuestión de honor, en su vasta producción, evitar la narrativa en pro de la composición que empieza y termina con cuadros de disposición geométrica. Aunque no hay historia, hay un personaje que ha sido descrito de diversas maneras como un poeta, un soñador o, simplemente, un joven. En el plano dramático, representa una especie de enigma, único personaje masculino en escena, rodeado de criaturas diáfanas que a veces se enfrentan a él y que a veces no hacen más que girar furtivamente a su alrededor.
El ballet, con coreografía de Michel Fokine y música de Chopin, se tituló, en el momento de su creación en San Petersburgo, Ensoñación romántica: ballet a partir de la música de Chopin, título abreviado posteriormente como Chopiniana. Fueron los Ballets Rusos de Diaghilev los que dieron a conocer la obra con el título Las sílfides, en particular con un suntuoso reparto que reunía a Vaslav Nijinski, Anna Pavlova y Tamara Karsavina. La música utilizada fue variando en las primeras producciones, pero la orquestación de siete piezas para piano solo de Chopin sigue siendo la selección musical estándar del ballet.
Todo encanto y alegría, Coppélia se aleja en definitiva y bastante del cuento en el que se inspira, Der Sandmann («El hombre de arena») de E.T.A. Hoffmann. Escrito en 1816, este oscuro relato fue no solo la fuente de este ballet, sino también de la ópera de Offenbach, Los cuentos de Hoffmann. En ambos intervienen criaturas inanimadas concebidas por inventores locos. En Der Sandmann, Coppelius es un extraño personaje que suscita miedo con su simple presencia. En Coppélia, el guión lo convierte más bien en un bufón excéntrico. Si el intento de dar vida a Coppélia, la muñeca que ha creado, «transfundiéndole» el alma del prometido de Swanilda, drogado, es terrible, la coreografía de Arthur Saint-Léon y la música de Delibes hacen que sus maquinaciones sean más cómicas que demoniacas.
La popularidad sostenida de Coppélia se debe en gran parte a su partitura, en la que se fusionan la música descriptiva que subyace a la puesta en escena del ballet y embriagantes danzas populares en armonía con un telón de fondo campestre. El primer acto incluye una mazurca y unas «csardas» bailadas por los habitantes de la ciudad. En el segundo acto, Delibes añadió una giga escocesa y una seductora danza española para su heroína. No es coincidencia que en el Acto III del Lago de los cisnes, creado justo siete años después de Coppélia, Chaikovski introdujera también una mazurca, unas «csardas« y una danza española. Se dice que Chaikovski no solo admiraba a Delibes, sino que además influyó en él. Este aprecio nos proporciona inmensos placeres musicales.
Giselle fue el ballet elegido para la primera representación de Rudolf Nuréyev con el Royal Ballet, después de su repentina deserción de Rusia a París en 1961, durante una gira del Kirov. Su pareja para esta representación de 1962 fue Margot Fonteyn, casi veinte años mayor que él. Su dúo y la amistad que forjaron se hicieron legendarios y continuaron, en el plano artístico, hasta su última representación juntos, en 1988, poco antes de que Margot Fonteyn cumpliera setenta años. Su dúo fue, en muchos sentidos, singular. Además de la diferencia de edad, había una cuestión de estilo. Fonteyn era la quintaesencia del clasicismo, con una pureza de línea y una reserva teatral propias de la escuela inglesa. Si la formación de Nuréyev en Leningrado no hubiera sido tan diferente en cuanto al estilo, su forma de bailar podía ser de un exceso extremo. Pero también era lo que hacía de él uno de los bailarines más estimulantes de su tiempo. Uno se preguntaba cómo esos dos bailarines lograrían poder sintonizarse en el plano estilístico. El extracto de Giselle que se ofrece aquí demuestra, sin embargo, hasta qué punto este legendario dúo simplemente funcionaba, revelándose Nuréyev como una pareja absolutamente desenvuelta, obsequiosa y brindando un apoyo sin fisuras. Su trabajo como solista, técnicamente brillante, demuestra una cierta contención idealmente en situación. Fonteyn parece haber rejuvenecido por el excepcional grado de abandono que revela su danza, increíblemente notable para una bailarina que ha pasado ya los cuarenta años de edad. Se ha dicho que Nuréyev había insuflado una nueva vitalidad al trabajo y a la vida de Fonteyn. Este excepcional documento de una de sus producciones más antiguas es un ejemplo totalmente convincente.
Ernie Gilbert (extracto)