Durante toda la carrera de Leinsdorf, su talento, su constancia, su eficacia y su repertorio exhaustivo le permitieron realizar numerosas actividades en los estudios de grabación.
Tal vez una de las razones por las que esta interpretación es tan notable radica en el hecho de que Leinsdorf aborda música de lo más familiar con mucho frescor: no saca al viejo caballo de batalla para un agradable paseo al trote. Concretamente, hace gala de una gran comprensión de la partitura, observa rigurosamente las indicaciones, no tiende a abandonarse en rubatos fáciles, aunque sean tradicionales, por no hablar del compromiso y la intensidad emocional que demuestra, que rara vez se le reconoce porque no los ha manifestado sistemáticamente. Sus años en la ópera le enseñaron el carácter y el drama en música. Una vez más, su rostro permanece impasible, pero sus ojos son elocuentes y a veces incluso aterradores.
Otro factor importante es la solidez, la flexibilidad y la brillantez de la Orquesta Sinfónica de Boston, que los músicos parecen encontrar totalmente natural, pero no Leinsdorf. Todos los solistas ya legendarios brillan.