Dos Gigantes: Wilhelm Kempff con su interpretación de Schubert y Schumann, y Maurizio Pollini con 18 años interpreta a Chopin.
Al final de su vida, Zilhem Kempff se retira a la Casa Orfeo, su casa de verano en Positano, un pueblo de pescadores en la costa de Amalfi donde el 23 de mayo de 1991, a la edad de 95 años su llama se apagó. Quince días después de la muerte de Rudolf Serkin el 9 de mayo y quince días antes de la muerte de Claudio Arrau el 9 de junio. Parecía como si estas tres leyendas que iluminaron el siglo XX con su genio singular, se hubieran puesto de acuerdo para partir al panteón de los pianistas.
Wilhelm Kempff fue un niño prodigio. Hijo de un organista de Jüterborg, nació el 25 de noviembre de 1895, para él era completamente normal tocar con tan solo 10 años, de memoria y transpasando cualquier clave, los cuarenta y ocho preludios y fugas de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach. Fue aceptado a la edad de nueve años por el Hochschule für Musik en Berlín, estudió piano con Heinrich Barth, pero también tomó clases de composición y posteriormente filosofía e historia de la música. En 1918, Arthur Nikisch lo lleva a tocar con la Orquesta Filrarmónica de Berlín el Concerto para piano No. 4 de Beethoven, el compositor que lo acompañará durante el resto de su vida. El interpreta sus sonatas tres veces y toca en concierto los Cinco Concertos.
Bach y Beethoven son los pilares sobre los que Kempff construyó “su hogar”, Schubert y Schumann son una extensión natural de su repertorio. De Schubert, en una grabación hecha en 1968 en París, Kempff logra traducir toda la interioridad y profundidad en el primer movimiento de Sonata No. 22 en La Mayor D 664, escrita por el compositor en septiembre de 1828, dos meses antes de su muerte.
El lenguaje de Schumann parece haber sido inventado por Kempff, un chamán en contacto directo con los compositores. Está actitud que compartía con el director de orquesta Furtwängler (con el que solía hacer interpretaciones a 4 manos) es una mezcla de culto hacia los músicos que interpreta y de espontaneidad basada en su individualidad exacerbada. Su juego totalmente libre parece estar desligado de todo pensamiento terrestre, como en el Arabesque en 1961 y losDavidsbündlertänze que interpreta en 1963, durante el Festival de Besanzón, en el que se desvanece como si fuera un sueño. Una visión fantasmagórica, la música en su estado puro.
Después del artista en su madurez, aparece el joven Maurizio Pollini, a sus 18 años, justo después de ganar el primer premio del Concurso Internacional de piano Fryderyk Chopin en Varsovia. Lejos de lanzarse a una carrera que le extiende los brazos, se retira y empieza a trabajar con Michelangeli. Pero el día después de su victoria en 1960, es invitado por Bernard Gavoty y Magda Tagliaferro para tocar los tres preludios de Fryderyk Chopin delante de las cámaras. Más allá de una gran virtuosismo, ya posee una personalidad compleja que sabe combinar con el lirismo y un respeto escrupuloso de la partitura.