La pasión de Temirkanov por Chaikovski es evidente a lo largo de esta interpretación. Las gotas de la cascada alpina que vemos dispersar a Temirkanov con la precisión absoluta de sus manos expresivas, sin batuta, rodean otra visión encantadora: el hada alpina, esta vez con matices dinámicos más allá de las expectativas de la partitura. Con sus ecos de la desesperación del individuo, en un paisaje rústico evocado más levemente por Berlioz en su Sinfonía Fantástica, este tercer movimiento pastoral algo abreviado es de una inestabilidad ideal, concluida por otra coda magníficamente detallada.
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