Procedente de una familia instalada en Nelahozeves, pueblo situado cerca de Praga, Antonín Dvořák abandona la escuela a los 11 años para aprender los oficios de su padre: carnicero y posadero. Pero las dotes musicales del joven Antonín no pasan desapercibidas. Su padre lo envía entonces a estudiar a casa de su tío en Zlonice y posteriormente a Praga a partir de 1857. Músico en la Prager Kapelle, Dvořák se familiariza con las grandes obras orquestales clásicas y contemporáneas. Dvořák, que goza del apoyo y el reconocimiento de sus colegas, es en vida incluso una figura importante del mundo de la música. Invitado a Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, termina regresando a su país natal, donde asume la dirección del conservatorio de Praga. A su muerte en 1904, Dvořák deja una obra considerable cuyo éxito perdura hasta nuestros días.
Interpretada por primera vez el 22 de abril de 1885 en Londres por la London Philharmonic Society, que, por otra parte, es la que ha encargado la obra, la Sinfonía n.° 7 de Antonín Dvořák es sin duda su obra más romántica, más turbulenta y más heroica. Inspirándose en la tercera sinfonía de su amigo Brahms, Dvořák muestra una sensibilidad más germánica que checa en sentido estricto. Este ímpetu romántico fue así la ocasión de expresar un dolor personal. Añadido como nota a pie de página «en conmemoración de los años tristes», Dvořák se refiere explícitamente al fallecimiento de su madre, período de duelo doblemente acentuado por la muerte de su hijo mayor unos años antes...