Procedente de una familia instalada en Nelahozeves, pueblo situado cerca de Praga, Antonín Dvořák abandona la escuela a los 11 años para aprender los oficios de su padre: carnicero y posadero. Pero las dotes musicales del joven Antonín no pasan desapercibidas. Su padre lo envía entonces a estudiar a casa de su tío en Zlonice y posteriormente a Praga a partir de 1857. Músico en la Prager Kapelle, Dvořák se familiariza con las grandes obras orquestales clásicas y contemporáneas. Dvořák, que goza del apoyo y el reconocimiento de sus colegas, es en vida incluso una figura importante del mundo de la música. Invitado a Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, termina regresando a su país natal, donde asume la dirección del conservatorio de Praga. A su muerte en 1904, Dvořák deja una obra considerable cuyo éxito perdura hasta nuestros días.
La obra más famosa de Dvořák, la Sinfonía del nuevo mundo fue interpretada por primera vez en 1893 en el Carnegie Hall por la New York Philharmonic. Dvořák, que ya goza de fama internacional, asume la dirección del Conservatorio de Nueva York de 1892 a 1895 y se interesa por el repertorio de las poblaciones aborígenes. En la Novena sinfonía, Dvořák multiplica las referencias a la cultura amerindia, aunque se trata de referencias más ficticias que realmente musicológicas. Como explica Dvořák en un artículo publicado en 1893: «No he utilizado ninguna melodía india. Me he limitado a escribir temas originales que abarcan las particularidades de esa música y, utilizando esos temas como objeto, los he desarrollado con los medios de los ritmos modernos, contrapuntos y matices orquestales» .