La tercera parte de la Tetralogía representada en la Ópera de Stuttgart bajo la dirección de Lothar Zagrozek, «Sigfrido», lleva al extremo una nueva lectura de la mitología wagneriana.
«Cuatro óperas, cuatro directores de escena». La Tetralogía de Wagner producida en 1999-2000 en el escenario de la Ópera de Stuttgart bajo la batuta del director austriaco Lothar Zagrosek y filmada en representaciones de 2002-2003 responde a esta audaz idea. Se confío El oro del Rin a Joachim Schlömer, La Valquiria a Christof Nel, Sigfrido a Jossi Wieler y Sergio Morabito, el Crepúsculo de los dioses a Peter Konwitschny.
Después del coreógrafo-bailarín Joachim Schlömer (El oro del Rin) y el psicólogo Christof Nel (la Valquiria), se confía Sigfrido a dos habituales de la puesta en escena de teatro, Jossi Wieler y Sergio Morabito. También son los más irreverentes de los escenógrafos que trabajan fuera del territorio del Rin. La atmósfera de barrio deprimido, con edificios de viviendas protegidas abandonados, cocina miserable invadida de plástico, utensilios por el suelo y personajes grotescos es un poco la marca de fábrica de su universo, que no temen proyectar también en Sigfrido. El efecto es sobrecogedor.
Si la Tetralogía presentada en Stuttgart causó sensación, Sigfrido es sin duda la más iconoclasta de las cuatro partes: no queda nada de la amplitud épica de la gesta wagneriana. Todo se centra en el realismo de la acción, el cinismo y la violencia de los personajes, que remiten más a la película La naranja mecánica de Stanley Kubrick que al romanticismo de Bayreuth. En todo caso, el viaje bien merece el rodeo. En el escenario, los cantantes están a la altura del proyecto y, en al atril, Lothar Zagrosek arrastra con su lirismo.