En el Gran Teatre del Liceu (emblemática ópera de Barcelona), Daniela Dessì, Elisabetta Fiorillo, Fabio Armiliato, Juan Pons y Roberto Scandiuzzi se reparten magníficamente los papeles de una Aida presentada con la escenografía histórica de Josep Mestres Cabanes. Último representante de la antigua escuela catalana de escenografía, Mestres Cabanes, realizó los trampantojos que se observan aquí durante casi ocho años, de 1936 a 1945. La opulenta puesta en escena que concibe en 1945 se reproduce aquí con todo detalle: las siete magníficas escenografías que pintó fueron restauradas por Jordi Castells y su equipo, desvelando palacios, templos, los alrededores de Menfis y Tebas que el escenógrafo quiso evocar en su visión histórica pero también fantasiosa de la obra.
Esta fascinante escenografía no solo es realista: también es mágica, en el más puro sentido teatral. Mestres Cabanes amaba el teatro, para el que trabajó durante más de un cuarto de siglo. Las obras que realizó son intensamente dramáticas, es decir, concebidas para la acción escénica, y para hacer circular tensiones dinámicas propias de cada parte de la obra: intimidad, epopeya, severidad, sensualidad, desconcierto y tragedia.
La historia de Aida se sitúa en Egipto, bajo el reino de los grandes faraones. Los egipcios están en guerra contra los etíopes, que los amenazan con invadirlos. El ejército egipcio sale victorioso del conflicto y Amonasro, rey de Etiopía, es hecho prisionero. A pesar de la existencia de este grave conflicto político como trama de fondo, el comandante egipcio Radames y Aida, una esclava etíope, también hija de Amonasro, se enamoran. Es el milagro de la ópera: el amor de estos dos jóvenes a los que nada une al margen de sus sentimientos, triunfa sobre los conflictos entre los pueblos y la supuesta antinomia de sus condiciones sociales...
La composición deAida es el resultado de un encargo del jedive de Egipto, Ismaïl Pasha, uno de los más eminentes dirigentes que ha conocido el país en su historia moderna. El estreno tuvo lugar en la ópera de El Cairo, inaugurada dos años antes. La obra persigue un objetivo característico de la ópera del siglo XIX: crear un espectáculo inspirado en la ópera a la francesa, en el que las escenas de fasto y esplendor, así como las proezas armónicas de los coros y de la orquesta o las actuaciones de los bailarines, ilustran la magnificencia del antiguo Egipto. Pero mucho más que eso, Aida es un tesoro desbordante de lírica e impregnado de un estilo deliciosamente intimista, que explica la perennidad de la partitura...